La historia de Edward Mordrake
Una de las historias más raras así
como de las más melancólicas de la deformidad humana es la de Edward Mordrake,
quien iba a ser el heredero de una de las familias más nobles de Inglaterra.
Sin embargo nunca reclamó el título y se suicidó a los veintitrés años. Vivía
en un retiro absoluto, evitando las visitas incluso de los miembros de su
familia. Era un joven de grandes conocimientos, un buen estudiante y un músico
de rara habilidad.
En la parte de atrás de su cabeza
había otra cara, la de una chica muy guapa, “adorable como un sueño, atroz como
un demonio”. El rostro femenino era una mera máscara, “ocupando sólo una
pequeña zona de la parte posterior del cráneo, aunque mostrando signos de inteligencia
de aire maligno”.
Se la había visto sonriendo y burlándose
mientras Mordrake lloraba. Sus ojos seguían los movimientos del espectador, y
sus labios se movían sin cesar. La voz era inaudible pero Mordrake aseguraba
que durante la noche no podía conciliar el sueño debido a los odiosos susurros
de su “gemela diabólica” como él la llamaba, “que nunca duerme, pero que me
habla de tales cosas de las que sólo se oyen en el infierno. La imaginación no
puede concebir las tentaciones espantosas en las que me envuelve. Por alguna
imperdonable maldad de mis antepasados estoy cosido a este demonio – porque
estoy seguro que es un demonio. Yo ruego y suplico para que lo eliminéis del
mundo, aunque yo muera”.
Estas eran las palabras del
desventurado Mordrake a Manvers y Treadwell, sus médicos. Aunque lo vigilaban
constantemente consiguió procurarse veneno, debido a lo cual murió, dejando una
carta en la que pedía que la “cara demoníaca” fuera destruida antes de su
funeral, “para que no continuase con sus espantosos susurros en la tumba”.
Por petición propia fue enterrado
en tierra baldía, sin ninguna lápida o marca que dejara constancia de su tumba.
En un supuesto testimonio de Edward
Mordrake aparecido en 1900 en el almanaque de medicina 'Anomalías y
curiosidades de la medicina', de George M. Gould, se podía leer: “La
imaginación no puede concebir las tentaciones espantosas en las que me
envuelve. Por alguna imperdonable maldad de mis antepasados estoy cosido a este
demonio, porque estoy seguro que es un demonio. Yo ruego y suplico para que lo
eliminen del mundo, aunque yo muera”
Evidentemente esto no es cierto.
Como tampoco que la segunda cara fuera una hermosa mujer, como cuentan casi
todas las versiones. La diprosopia se basa en el desarrollo de un solo tipo de
genes con el sexo ya definido antes de la duplicación del notocorda.
Lo que probablemente sumiría en una
depresión a su dueño es el aspecto, los movimientos o tics involuntarios de su
otra cara, la marginación social y la condición envidiada que ejercía la
sociedad que le tocó vivir. Todo ello obligó a Edward a incomunicarse y someter
a su personalidad a las duras condiciones de aislamiento que pudieron desencadenar
el supuesto suicidio.
Otra gran mentira de esta historia
es la foto que encabeza este y otros cientos de artículos de la red que cuentan
la historia de Edward. La foto es de una calidad superior a la que se pueden
esperar de una sesión de fotos en el siglo XIX. Y el peinado, la diferencia de
tez o las sombras que ocultan la segunda cara hacen pensar más en una
producción cinematográfica que en una prueba gráfica forense. Puede ser una de
las múltiples representaciones de cera que hay del busto de Edward y realizadas
mucho después de su fallecimiento en algún punto del siglo XX para el disfrute
de un museo de los horrores o academia médica.
Canción "Pobre Edward"
Pobre Edward
¿Has oído lo que dicen de Edward?
En la parte de atrás de su cabeza
Tenía otra cara
Era la de una mujer
O la de una joven.
Decían que quitársela lo mataría
Así que el pobre Edward estaba perdido
La cara reía y lloraba
Era su hermana gemela malvada
Por las noches ella le hablaba
De cosas solo mencionadas en el infierno
Era imposible separarlos
Encadenados juntos de por vida
Al final, la campana dobló por su condena
Alquiló unas habitaciones
Y se ahorcó con ella
De los barrotes del balcón
Algunos todavía creer que se liberó de ella
Pero yo la conocía muy bien
Y digo que le llevó al suicidio
Y se llevó al pobre Edward al infierno…
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